SUIMANGA PALESTÍ



La ciudad: una cuerda floja de ojos mientras estamos sentados en  
un banco bajo una hilera de abedules. Antes de tu confesión: las grullas
canadienses sobrevolaron el lago, de color musgo a la luz. Años más tarde, 
caminamos por un valle repleto de amapolas doradas a principios de abril. 
¿De dónde viene estas emanaciones? Cuando las nubes desvistan el cerro
cercano a la montaña, se me ocurre besar la lluvia de tu boca. ¿Cómo decir 
que tu respuesta sacó de mi garganta una canción de nuestro país perdido? 
Al volver a casa en la tarde, entramos a un jardín donde cuelgan
cuerdas de glicinas a la altura de los ojos, y hago un inventario de todos 
los objetos que se marchitan por tu hambre a medias: duraznos podridos
en cuencos verdes, dibujos de robles patrimoniales dando paso a 
estacionamientos, parduscas buganvillas en jardineras. 
Define evasión, dices medio en broma. 
Me doy la vuelta, mis pestañas trillan el aire.

 «Suimanga palestino», de Deema K. Shehabi 
Versión de Juan Carlos Villavicencio

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